21.6.06

 

Chapas

Creo que el racismo siempre existió, existe y existirá. De manera burda y evidente como el apatheid o de manera sutil y desgarradora como en gringolandia. En el caso peruano, creo que es un racismo que se ve en todas partes, a cada momento y, sobre todo, a un nivel inconsciente. Es decir, todos reproducimos rasgos racistas sin querer queriendo como diría el Chavo del 8. Esto ocurre con los apodos, con la necesidad de remarcar el rasgo étnico del otro, hasta hacer que su sobrenombre, su apodo, su chaplín, sea la marca de su identidad, y ya no el nombre oficial y burocrático que sale en su DNI. Así, chino, cholo, negro, moreno, gringo, zambo, mulato, y un largo etcétera, forman parte de esa fauna cotidiana en la cual todos nosotros nos desenvolvemos. ¿Ese tipo de apodos son reprobables? Difícil pregunta. Pongo mi caso personal, gran parte de mi vida me han dicho Chino, como ha ocurrido seguramente con otros ascendientes de orientales, sin importar que sean chinos, tal es el caso de japoneses, coreanos y el resto de los tigres asiáticos. Francamente a estas alturas del partido, ya no me jode que me digan Chino, es más, me identifico con el apodo, siento que el apodo reconstruye mi identidad. Me acuerdo cuando una amiga brachica me dijo de forma ingenua pero tajante: ¿Por qué te dicen Chino? Si no eres chino, ¿o acaso has nacido en la China? Me quedé pensativo, con un drama mental en mi cabeza, y no supe responder. Un amigo respondió por mí: Pero si es el chino. Con el tiempo me he dado cuenta de que esa respuesta es incorrecta, que el hecho de que el cobrador de combi me diga, Chino paga tu china, o que todos mis patas me digan, Habla Chino, y que yo mismo me sienta identificado con ese apodo, no significa que no tenga una carga racista. Claro, todo apodo tiene su doble filo, si no pregúntenle a Pichulita Cuellar, personaje de esa genial novelita de Vargas Llosa, donde el apodo es el espejo y el cuchillo del personaje. Del mismo modo, Chino, Cholo o Negro tiene un doble significado. Puede ser coloquial y afectuoso, y quizá con el diminutivo añadido: chinito. Así pasa piola, pero bien en el fondo de ese cariño, hay su distinción, hay su diferencia, hay su otredad. El lado opuesto es el “chino” dicho como insulto, como denigración, como estigmatización. La diferencia es que la primera encubre una carga racista casi invisible, con ese diminutivo –ito, el racismo muestra su lado amable, su aspecto lindo. El problema es que se cae en la generalización, en la pérdida de individualidad, en pensar que todas las personas con los ojos jalados son chinos, y no vale diferenciación de por medio; al final, son la masa de “chinos” (claro, si todos son igualitos), como las masas de cholos, negros o gringos.

19.6.06

 

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